Podría ser cualquiera de nosotros…

Cuando Pablo Merchante me telefoneó y me pidió que “tomase las riendas curatoriales” de un proyecto expositivo que él y dos amigos más habían medio planteado -Merchante, Julio Díaz y Javier Ruiz- junto a Maribel Machado, directora de la Hormiga Galería, lo primero que pensé es que detrás de esa delimitada “triada artística” existían motivos que iban más allá de la mera amistad. No me equivoqué. Aunque Pablo aludía constantemente a las ganas e ilusión que les hacía exponer juntos en dicho espacio, yo encontraba otros hilos conductores, ajenos al nepotismo, que vinculaban la obra de estos tres jóvenes pintores.

Desde el punto de vista vital, los tres han crecido en la década de los 90. Pablo (Bollullos Par del Condado, 1979), el más veterano, era un preadolescente cuando Julio (Cáceres, 1984) y Javier (La Carolina, 1989) comenzaban a balbucear sus primeras palabras. No pertenecen a la misma generación porque no comparten la misma edad, pero son contemporáneos porque han vivido – y viven- en la misma época, detalle éste último determinante si analizamos su formación como artistas.

A partir de los años 80, tras varias décadas en las que la abstracción había sido tendencia predominante, la figuración entra de lleno en el ámbito artístico. La sintonía internacional da un giro considerable en favor de la pintura y de las figuraciones, que se etiquetan en el mundo bajo distintas nomenclaturas: neoexpresionismo y pintura salvaje en Alemania, transvanguardia en Italia, Bad Painting en Estados Unidos, Nueva Figuración en España,… y un amplio repertorio de apelaciones referidas a distintas formas de manierismo y anacronismos. Alumnos y profesores del ámbito universitario comenzaban a experimentar con lo que se perfilaba como la expresión de un nuevo tiempo. Además, Internet hacía su aparición en escena abriendo un mundo infinito de posibilidades audiovisuales entre las que podríamos destacar la interrelación de miembros de la comunidad artística a nivel mundial y la actividad autodidacta o aprendizaje autónomo, que en cierto modo se desprende de la anterior – cuando otros comparten su obra contigo, aprendes de ellos-. Pablo, Julio y Javier han vivido inmersos en esa “Cultura de la Imagen”, han experimentado desde edades muy tempranas una alfabetización audiovisual que en su madurez no solo les ha hecho sentirse cómodos con la representación figurativa sino que les ha dado herramientas para trabajar con ella. Gran parte de su labor como artistas reside precisamente en la búsqueda y visualización diaria de referentes pictóricos: Luc Tuymans, Michael Borremans, Victor Man,… pero también la obra de artistas clave de la historia del arte como Velázquez o Goya. Por ello afirmaba al principio que este proyecto iba más allá de la pura confraternidad porque, quizá de manera inconsciente, cada uno de ellos se ve reflejado en el trabajo de los otros dos.

Existen puntos de encuentro y también de desencuentro. Los individuos que retratan Pablo, Julio y Javier no tienen rostro, han perdido su identidad, o mejor dicho, la han sacrificado en pos de la acción, el verbo y el concepto. Sin rasgos faciales, estos personajes podrían ser cualquiera de nosotros. No debe extrañarnos, pues los tres pintores son herederos de lo que Rosa Martínez-Artero denominó retratos de “rostro borroso”, tipología que pone de manifiesto la inabarcabilidad del “yo” y la posición crítica ante la idea del sujeto, desviando el interés principal del retrato (el parecido), hacia el interés por la expresión. En sus obras la individualidad se ha vuelto vaga en sus límites. Los tres buscan un espíritu universalizador que invite al espectador a meterse en la piel del personaje pictórico. Llegados a este punto entran en juego las diferencias: tres estrategias distintas que se enfrentan a la identidad diluida.

Pablo Merchante construye sujetos sin rostro que se desdibujan sumergidos en una marabunta de imágenes y color, individuos perdidos. No tienen rostro pero sí actúan, y es precisamente esa acción la que da sentido a su existencia (pictórica). Se definen por lo que hacen, por sus atuendos, su estilo o las marcas que visten y en esos medios buscan su “yo”. Es el individuo del siglo XXI: iconos publicitarios vacíos de espíritu, fantasmas de los mass media ávidos de esencia interior. En el extremo opuesto se sitúa la obra de Julio Díaz, cuyos personajes están cargados de alma. Díaz trabaja con la potencia de la imagen subliminal: reproduce aquellos fotogramas que transmiten una fuerza salvaje y que son capaces de inundar sentimentalmente al espectador. Los protagonistas de sus obras no tienen rostro pero tampoco lo necesitan: la composición de la escena, las posturas, el atrezo, sus indumentarias,… Todos esos elementos conforman la expresividad de su pintura, la garra que atrapa a quien mira. La obra de Javier Ruíz también juega con las emociones del público, pero a través de microhistorias personales. Javier genera pequeños “iconos etiquetados”, esto es, ilustraciones diminutas con nombre que hablan de sí mismo pero que podrían hablar de cualquiera: “Familia”, “Amigos”,… El pintor ha llevado a cabo una abstracción de sus propios recuerdos y los presenta al público en un formato cercano al diseño gráfico y la ilustración: el motivo mínimo. Los rasgos faciales de los personajes desaparecen y su obra se convierte en un espejo universal. Como podemos observar, tres caminos distintos que giran en torno a la misma cuestión: ¿Qué es “el yo”?

La Hormiga Galería, situada en Priego de Córdoba, se suma a la no muy extensa lista de espacios dedicados al arte contemporáneo en pueblos alejados de las grandes ciudades, Madrid o Barcelona, que hasta hace poco venían monopolizando el circuito de eventos artísticos. Esta nueva corriente está conectando la creación más actual con espacios y gentes ajenas, en principio, al arte contemporáneo. Los resultados que se desprenden de estos nexos resultan de gran interés y estudio. Los Encuentros de Arte del Valle del Genal (Genalguacil), el Museo de arte contemporáneo José María Moreno Galván (Puebla de Cazalla) o la Fundación Montenmedio (Vejer de la Frontera) son claros ejemplos de que el arte que se hace hoy es capaz de penetrar y calar en un público poco o nada iniciado. Hablamos de programaciones que están al tanto del trabajo de los artistas emergentes, que tienen en cuenta las corrientes de pensamiento y los temas de actualidad e interés y que se implica con el público ofreciéndole talleres relacionados con las obras que se exhiben. Proyectos de calidad que, por suerte, están siendo bien acogidos y contemplados en los presupuestos de los ayuntamientos y de algunas sociedades privadas de nuestras comarcas. Cualquiera de nosotros es un proyecto que la Hormiga Galería acoge tras haber dado previamente la alternativa a Julio Díaz con la exposición individual Love Bites (marzo, 2015). Pablo y Javier exponen por primera vez en este espacio tan singular cerrándose con ellos el triángulo: tres artistas cuyo trabajo, todavía incipiente, muestra la potencia, la calidad y las ganas de una joven generación que no se rinde ante la crisis del mercado artístico y que sigue luchando por dedicarse profesionalmente al arte.

Las interrelaciones entre artistas, las conexiones, los trasvases de ideas,… constituyen una parte muy importante de la experiencia del creador porque le hacen madurar en el ámbito profesional y en el personal. Por esta razón, desde un primer momento el proyecto de Pablo, Julio y Javier, que ya contaba con el respaldo de Maribel Machado, me pareció tan atractivo: me permitiría aprender de los artistas y de la galerista, de su modo de hacer y de ver, algo fundamental en la carrera de todo crítico y comisario, pero también me haría participar de la camaradería y la buena química de tres amigos. Me uno, pues, como cuarta mosquetera.